Club de Pensadores Universales

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jueves, 10 de diciembre de 2015

El Talismán de Walter Scott

     El Talismán es una novela de Sir Walter Scott. Fue publicada en 1825 como la segunda parte de sus, Cuentos de los Cruzados, siendo la primera, Los Novios.
Trama Introductoria
     El Talismán tiene lugar al final de la Tercera Cruzada, principalmente en un campo, o campamento de Cruzados, en Palestina. Las intrigas y la política partidista, así como una enfermedad del rey Ricardo, Corazón de León, han colocando a la Cruzada en peligro. Los personajes principales son el caballero escocés Kenneth, una versión ficticia de David de Escocia, conde de Huntingdon, quien regresó de la Tercera Cruzada en 1190; Ricardo, Corazón de León; Saladino; y Edith Plantagenet, pariente de Ricardo.
Resumen de la trama
     Durante una tregua entre los ejércitos cristianos que participan en la Tercera Cruzada, y las fuerzas infieles bajo el sultán Saladino, Sir Kenneth, en su camino a Siria, se encuentra con un sarraceno Emir, quien desmonta, y luego cabalgan juntos, disertando sobre el amor y la nigromancia, hacia la cueva del ermitaño Teodorico de Engaddi. Éste ermitaño está en correspondencia con el Papa, y el caballero es acusado de transmitir información secreta. Después de haber proporcionado a los viajeros un refresco, Teodorico el anacoreta, tan pronto como el sarraceno se duerme, conduce a su compañero escocés a una capilla bajo la cueva, donde Kenneth es testigo de una procesión de mujeres, y es reconocido por la señorita Edith, a quien Kenneth había dedicado su corazón y espada. Posteriormente, Kenneth es sorprendido por la repentina aparición de unos enanos, y, después de haber regresado a su lecho de nuevo a dormir, ve al ermitaño flagelándose a sí mismo, hasta que se duerme.
     Casi al mismo tiempo Ricardo, Corazón de León, ha sucumbido a un ataque de fiebre, y mientras yace en su magnífica tienda de campaña, en Ascalon, Sir Kenneth llega acompañado de un médico morisco, quien había sanado a su escudero, y que se ofrece a restaurarle la salud al rey. Después de una larga consulta, y provocando en Sir Kenneth su visita a la capilla, el médico es admitido a la presencia real; y, después de haber ingerido una solución preparada a partir de una bolsa de seda o talismán, Ricardo se deja caer sobre sus cojines. Mientras Ricardo duerme, restableciéndose de su enfermedad, Conrado de Monferrato, en secreto, confiesa al astuto Gran Maestre de los Templarios, su ambición de ser rey de Jerusalén. Entonces, con el objeto de dañar la reputación de Ricardo, incitan a Leopoldo de Austria a plantar su bandera al lado, y a la misma altura, de la bandera de Inglaterra en el centro del campamento. Cuando el rey se despierta, la fiebre ha desaparecido, y Conrado entra anunciando lo que el archiduque Leopoldo ha hecho. Saltando de su lecho, Ricardo corre al lugar y desafiante derriba y pisotea el pendón teutón. Felipe de Francia por fin lo convence para que remita el asunto al consejo, y Sir Kenneth es encargado de cuidar el estandarte Inglés hasta el amanecer, con su perro favorito como su única compañía. Poco después de la medianoche, sin embargo, el enano Necbatanus se acerca a él con el anillo de Lady Edith, como una muestra de que su asistencia es necesaria para decidir una apuesta que tuvo con la reina; y mientras Kenneth se ausenta de su puesto, el estandarte es retirado, y su perro es herido de gravedad. 
     Superando la vergüenza y el dolor, Kenneth es encarado por el médico, quien cura la herida del animal, y, habiéndole confesado a Sir Kenneth el deseo de Saladino de casarse con Lady Edith, le propone que debe buscar la protección del príncipe sarraceno, Saladino, contra la ira de Richard. El valiente escocés, sin embargo, decide enfrentarse al rey y revelar el propósito del sultán; pero no le valió, y es condenado a muerte, a pesar de las súplicas de la reina y su amada Edith; cuando el ermitaño, y luego el médico, llegan, y Richard ha cedido a sus ruegos, a Sir Kenneth simplemente se le prohíbe comparecer ante él.
     Habiendo logrado, por un discurso audaz, revivir las esperanzas caídas de sus hermanos cruzados, y reprendiendo a la reina y su parienta por haberse entrometido con el escocés, Ricardo lo recibe, pero Kenneth va disfrazado de esclavo nubio, como regalo de Saladino, con quien Kenneth había sido inducido a pasar varios días. Poco tiempo después, mientras el rey reposa en su pabellón, el “esclavo” le salva la vida, a partir de la daga de un asesino en secreto, empleado por el Gran Maestre, y da a entender que puede descubrir la afrenta del estandarte. Una procesión de los ejércitos cristianos y sus líderes se alinean o arreglan en señal de amistad a Ricardo; y mientras marchaban por delante de él, yendo Ricardo sentado a caballo, junto con el esclavo que sostiene el perro entre sus asistentes, el perro de repente se abalanza sobre el Marqués Conrado, quien es por lo tanto condenado por haber herido al animal, y traicionado por su culpabilidad exclamando: “Yo nunca tocado el estandarte.” No permitiéndosele al rey luchar contra el propio teutón traidor, el rey se compromete a proporcionar un campeón que lo sustituya, y Saladino hacer todos los preparativos precisos para el combate. Acompañado por la reina Berengaria y Lady Edith, Ricardo es recibido por el sarraceno con un séquito brillante, y Ricardo descubre, que Saladino es el médico que había curado su fiebre, y salvado a Sir Kenneth. Ricardo encuentra que Kenneth es el indicado para luchar por él en la mañana, estando el ermitaño como testigo. El encuentro tiene lugar poco después de la salida del sol, en presencia de los ejércitos reunidos. En la batalla personal entre los dos paladines, Conrado es herido y desmontado del caballo. Enseguida, Conrado es atendido por el sultán en la tienda del Gran Maestre, mientras que Kenneth, el caballero victorioso, es desarmado ante las damas de la realeza, y es presentado por Ricardo, como el Príncipe Real de Escocia. 
     Al mediodía, el sultán Saladino da la bienvenida a sus invitados a un banquete, pero, cuando el Gran Maestre está levantando una copa hacia sus labios, el enano Necbatanus pronuncia las palabras: Accipe hoc, y Saladino decapita al templario con su sable. Así, el enano explica que, escondido detrás de una cortina, lo había visto al Gran Maestre apuñalar a su cómplice Conrado, el Marqués de Montserrat, obviamente, para evitar que revelara sus maquinaciones infames. Por su parte, Conrado había comprometido su llamamiento a la misericordia, en las palabras que había repetido. Al día siguiente, el joven príncipe Kenneth se casa con Lady Edith, y es presentado por el sultán con su talismán, la Cruzada es abandonada, y Richard, en su camino hacia su casa, es encarcelado por los austríacos en el Tirol.
Temas más Importantes
     La novela presenta muchas conspiraciones, dentro de la alianza, en contra de los planes de Ricardo, Corazón de León, para completar la Cruzada. Estas conspiraciones implican figuras históricas, tales como el Maestro de la Orden del Temple y Conrado de Montserrat, quien representa la figura del histórico Conrado de Monferrato; Scott confundió la F por una larga S en sus investigaciones. Después de varias traiciones y un error casi fatal por por parte de Kenneth, su redención, y justicia para los conspiradores, se siguen a un tratado de paz.
Una característica interesante es el personaje de Saladino, retratado como un hombre virtuoso y moral, a diferencia de algunos de los nobles europeos de la historia universal, considerados como despreciables. Esta es una característica del Romanticismo, pero tal vez, también un reflejo de un creciente interés europeo sobre el Oriente.
Inexactitudes Históricas
     Sir Kenneth finalmente se revela como David de Escocia, conde de Huntingdon disfrazado, y se casa con la Dama Edith. Sin embargo, la esposa verdadera de David (casado en 1190) fue Maud de Chester, que no se menciona en la historia de Scott. Por otro lado, Edith Plantagenet es un personaje de ficción. Otra inexactitud es que David también, quien tenía casi cincuenta años en el momento de la Tercera Cruzada, es demasiado viejo al momento, mientras que Sir Kenneth aparece considerablemente más joven. (Wikipedia Ingles.)

El Talismán
de Walter Scott
     Hacia 1192, en la alta Edad Media, un caballero, vistiendo en su pecho una cruz como estandarte, observaba las aguas del Mar Muerto, bajo el ardiente sol oriental. Su misión, la misma de tantos europeos, era liberar Jerusalén, Tierra Santa, ocupada por los musulmanes. El caballero pensaba, “¡Estoy solo!¡Lejos de mi Escocia!¡La extraño!” De pronto, oyó un galope que se acercaba. Pensó, “¡Por Dios! ¿Ésta espera mía será interrumpida por el ataque de un infiel?” De inmediato montó, listo para combatir, pensando, “Sí, trae su alfanje filoso…¡Pero yo, caballero de Leopardo Yaciente, he matado muchos como él!” El caballero escocés le dijo al hombre cuando se acercó, “¡Sirvo a Ricardo, Corazón de León, huye mientras puedas!” El hombre dijo, “¡Y yo a Mahoma y a Saladino!¡En guardia extranjero!” Sin más palabras el cristiano y el sarraceno se lanzaron uno contra el otro, en medio de aquellas soledades. Ambos salieron bien librados del primer choque. Enseguida, el sarraceno se preparó para una segunda embestida, y dijo, “¡Ala sabe que acabarás pronto, como está escrito!” Y el cristiano dijo, “Hablas demasiado. Mi espada cerrará tu boca.” Por desgracia, el corcel del caballero cristiano se lastimó. El cristiáno cayó, diciendo, “¡Cielos!” Enseguida, se incorporó, diciendo, “Mi caballo se accidentó. No importa. Cuando estés muerto, tu animal podrá llevarme.” El sarraceno dijo, “Ahora, el que habla de mas eres tú, cristiano.”
     Eran diestros y esquivaron los golpes que se lanzaban, como en una danza siniestra. El sarraceno cayó, diciendo, “¡Oh!” El cristiano dijo, “¡Ya estas a mi merced!” Pero el sarraceno arrebató la espada del cristiano, diciendo, “¡Caíste en mi ardid, te descuidaste y…ahora te tengo!” El cristiano dijo, “¡Ci-cierto, tu velocidad es increíble!” Al ver a su rival desarmado, el sarraceno dijo, “Has luchado bien, y no tiemblas. Quizás sea misericordioso…” El cristiano dijo, “¡Olvida eso, no quiero la piedad de un infiel!¡Vamos, hunde tu filo!¡Mi sangre lo honrará!” El sarraceno dijo, “No amigo. Eres valiente. ¿Sabes que busco a alguien así?” El cristiano dijo, “Buscas a, a…¡Aguarda! También espero a alguien.” La sorpresa llenó la expresión del oriental, quien dijo, “Sí, hermano. Es nuestra cita. ¡Soy tu guía, Sheerkohf!” El caballero cristiano dijo, “¡Ese nombre es la seña! Pero nunca pensé en un árabe, sino en un caballero cruzado…” El sarraceno dijo, “Ya ves, soy tu aliado…desde el bando rival.” El caballero cristiano dijo, “Lo que dices es complicado.” El árabe se acercó al caballo herido del cristiano, y dijo, “¡Hay demasiadas cosas que te asombran, hermano! Pero veamos la lesión de tu cabalgadura…” Después de un revisión, el árabe dijo, “La pobre bestia sufre varias fracturas. Mi acero hará que acaben sus dolores.” El cristiano dijo, titubeante, “S-sí, supongo que es lo más indicado.” El escocés musitó unas palabras mientras Sheerkohf alcanzaba con su arma el corazón de la bestia. “Adiós. fiel amigo. ¡Hemos combatido muchos años!” Luego caminaron por aquel laberinto de rocas y senderos oculto, siempre con el mar muerto a la vista. Mientras Sheerkohf caminando, guiaba a su caballo, dijo, “Ya estamos cerca Kenneth. Allí te conseguiré otro caballo.” Kenneth dijo, “Quiero evitarlo, quisiera no dudar, pero tu atuendo sarraceno me hace dudar. No sé si debo darte a ti el mensaje.” Sheerkohf dijo, “Veo que no me tienes confianza. ¡Pero cálmate, no es a mí a quien se lo darás! Mira, hemos llegado.” Sheerkohf señaló hacia una cueva. Kenneth dijo, “¿A esa caverna?” Sheerkohf dijo, “Un santuario, ya lo veras. Un lugar asombroso, escocés.” Kenneth dijo, “Seguiré tus instrucciones, aunque no me guste ir a ciegas.”
     Luego de varios pasadizos, tras entrar en la cueva, Kenneth vio a un hombre arrodillado ante una cruz, instalada en el fondo de la caverna. Kenneth dijo, “¡Un altar…cristiano! ¿Quién es el monje puesto de hinojos?” Kenneth avanzó despacio hacia aquel anacoreta, quien dijo, “¡Ah, por fin llegas, bendito sea Dios! Hijo, éste ermitaño del desierto se complace al verte.” Kenneth dijo, “Anciano, soy Kenneth y traigo un mensaje, ¿Eres su destinatario?” El anacoreta dijo, “¡No! Pero estoy preparado para recibirte, yo, Teodorico de Engaddi, a quien tienen por loco…” Kenneth le dijo, “Oí hablar de ti. ¡En Europa eres leyenda anciano!” Teodorico dijo, “¡Bah! Allá es fácil ser santo! Pero aquí…en una avanzada destinada por tierra infiel…Pero mi locura me favorece. ¡Hasta los infieles traen comida para el pobre viejo! Siéntese a mi mesa.” Kenneth dijo, “Tengo hambre. Es un honor compartir tus alimentos.” Luego, en silencio comieron el tosco pan de las caravanas de paso, y el agua fresca de los manantiales subterráneos.
     Más tarde, ya hecha la digestión, el anciano dijo, “Ahora, a la cama. Ambos están cansados.” Y cuando el monje parecía ya dormido, Kenneth notó que Sheerkohf estaba arrodillado, y pensó, “Sheerkohf dirige plegarias silenciosas a su profeta. ¡Si Teodorico lo advirtiera, se ofendería…!” Pero más tarde. Mientras el mismo Kenneth reposaba, el anciano se acercó, pensando, “Debo despertar a Kenneth, aprovechando que el árabe está sumido en sueños…¿Lo estará?” Kenneth despertó, diciendo, “¿Eh?¿Qué sucede?” Teodorico dijo, “Levántate sin ruido, debo cumplir mi parte.” Kenneth se incorporó, diciendo, “¿Su parte? No entiendo.” Teodorico dijo, “Solo sígueme. No puedo darte explicaciones.” Sin embargo, despertando, tampoco el oriental ignoró lo que hacían, y pensó, “Muy bien, anciano. Conduce a éste guerrero. ¡Las cosas van bien. Esperemos que sigan así!” Hubo un nuevo recorrido intrincado. Actuando como guía, el viejo monje guió, alumbrando el camino, y entonces dijo, “Veas lo que veas, no hables, ¿Me entiendes?” Kenneth dijo, “E-está bien. Aunque tanto misterio me abruma.” A continuación, el olor a sándalo e incienso era intenso, entonces Kenneth dijo, “¡Santo Dios!¡Un templo enclavado en la roca!¡Lleno de riquezas sagradas!” El anciano dijo, “Vendito sea su templo, amén.”
     De pronto, mientras oraban calladamente, Kenneth pensó, “¡Creí que estábamos solos, pero hay alguien ahí!” Un coro de mujeres entonó un coro religioso, y entraron varias en procesión muy lenta. Kenneth pensó, “Esa dama que deposita la copa sagrada, se ve como un ser superior, pese a su actitud pía!” Algo en la fila de peregrinas lo asombró aún más, pensando, “¡Cielos!¡Aquella otra…!¡No puede ser!” Un rostro asomó apenas, y sonrió. Kenneth pensó, “¡Es ella!¡Debo estar soñando, desvarío!” La dama, sin salir de la fila, dejó caer algo ante él. Kenneth pensó, “¿Y eso?¡Un pañuelo!¡Tan lejos de Escocia…!” Kenneth hizo el intento de tomar el pañuelo, pensando. “Dejó esto, ya se va, parece ser…para mí!” Pero escuchó la voz de Teodorico, diciendo, “Kenneth, no te muevas. Mantente quieto.” Kenneth volteó, diciendo, “Pero es que yo…ella…éste pañuelo…” Teodorico dijo, “¡Basta! Recemos a nuestro señor Jesucristo, hijo.” Teodorico levantó su tea alumbrando y dijo, “Ahora, volvamos al lecho, y no me preguntes nada.” Kenneth dijo, “S-sí, seguiré sus instrucciones…” 
     Pero luego no durmió, recordando a aquella dama, quien antes de partir rumbo a Tierra Santa, le decía, “Kenneth, te amo, sé que tal vez no regreses de esa lucha cruenta en oriente.” Y Kenneth le decía, “Volveré sano y salvo, Edith. Entonces nos casaremos.” Edith dijo, “Sí, bésame, y recuerda que estaré esperando.” Sellaron así su amor, antes de que él partiera a unirse a los ejércitos cruzados, en Tierra Santa. Ahora, en aquellas cuevas temió haber soñado, pero…apretó el pañuelo en su mano, pensando, “¡Aquí está su pañuelo! Todo fue real, y, sin embargo, tuve que suponer lo contrario…” Por fin, tras largo desvelo, consiguió dormir. Mientras tanto, en la estrellada noche árabe, las peregrinas, en sus caballos, se alejaron silenciosamente de aquel sitio.
     A la mañana siguiente, Sheerkohf llegó con un caballo, diciendo, “¡Kenneth, buen amigo! Mira, conseguí un caballo para ti. No me preguntes dónde ni cómo…” Kenneth dijo, “No entiendo mi estancia con usted, Teodorico de Engaddi, pero agradezco su hospitalidad.” Teodorico dijo, “Pronto entenderás todo…a su debido tiempo, muchacho. ¡Que Dios guíe tu augusta misión!” Ambos, Kenneth y Sheerkohf, volvieron al cabalgar y se alejaron. Y mientras los veía partir, Teodorico pensó, “Sí, hijo, ya lo sabrás. ¡Pudiste ver a Lady Edith, sin duda eso fortificará tu mente! Adiós…” Durante horas, ambos jinetes avanzaron por aquella tierra estéril, al parecer tan conocida por Sheerkohf. De pronto, Sheerkohf dijo, “¡Alto escocés! Mi instinto no falla, ni el de mi animal, que ventea los aires. ¿Será lo que me temía?” Kenneth dijo, “¡Por los cielos!¿De qué se trata, son acaso…bandidos?” Sheerkohf dijo, “Peor que eso, pero también he tomado previsiones.” Kenneth dijo, “¿Qué quieres decir?” Sheerkohf dijo, “Los caballos que montamos son pura sangre de arabia. Es tiempo de que sepas cuánto valen…¡Vamos!¡Pongamos distancia con nuestros atacantes!” Kenneth dijo, “Sí, tal vez tengas razón. ¡Vamos!”
     La persecución fue larga, pero ambos jinetes se distanciaron cada vez mas de quienes los seguían. Sheerkohf dijo, “¡Ah, los perdimos de vista!¡Alá nos guía y favorece!” Kenneth pensó, “Tienes razón…aunque haya sido Dios, no Alá.” En efecto, muy atrás cundía el desanimo. El líder bandolero decía, “¡Hemos fracasado! No habrá buenas nuevas para nuestros líderes. ¡Esos endemoniados potros del desierto…!” Mientras tanto, Sheerkohf señalaba hacia unas montañas, diciendo, “Aquí acaba mi trabajo, Kenneth. ¡Mira esos montes! Por un costado se abren a un oasis. Entrega allí tu mensaje.” Kenneth dijo, “¡Espera!¿Me explicarás cómo es que estas tu en todo esto?” Sheerkohf dijo, “Todavía no puedo hacerlo. ¡Que el profeta vele por ti, escocés, yo seguiré por otro camino!” El caballero vio, con pena, alejarse a su conductor, pensando, “He aprendido que a veces solo se trata de hombres buenos, o malos. ¡Sheerkohf es de los primeros! Pero algo turba mi mente, ¿Porqué esos encapuchados no nos alcanzaron?¡Lo que conclúyo es terrible!” Kenneth divisó un campamento cristiano en medio de un oasis, pensando, “Sus caballos eran más lentos. ¡Y no de raza árabe! Tal vez europeos. ¡Oh, es una idea que me alarma!” Kenneth se presentó ante el líder de los soldados cristianos, quien le dijo, “Caballero, tu señal.” Kenneth dijo, “Sir Kenneth, de Escocia. ¡La Trompeta guía mi destino!” El líder de los soldados cristianos le dijo, “La contraseña es correcta. Soy Sir de Vaux, te esperábamos.” Enseguida, De Vaux lo guió, y Kenneth inquieto pensó, “Me lleva a la tienda mayor. ¡Y con ese estandarte…!” Antes de que Kenneth entrara a la tienda, De Vaux le dijo, “Su majestad te recibirá. ¡Está enfermo, no lo disgustes!” Kenneth dijo, “Por Dios, nunca hubiera esperado éste encuentro.”
     El legendario Ricardo Corazón de León, se incorporó, diciendo, “¡Ah, Kenneth el Escocés, me anunciaron que te acercabas!” Kenneth dijo, “S-su alteza serenísima…” Ricardo dijo, “¡Bah! ¡Nunca me gustó el protocolo! Relájate y siéntate a mi lado.” Kenneth se sentó a un lado del lecho del rey, y dijo, “Soy portador de ésta carta. Al entregarla, doy fin a mi compromiso, majestad.” Mientras el Paladín de la Tercera Cruzada leía, Kenneth pensó, “¡Jamás soñé que él serías el destinatario!” Ricardo dijo, “Es un documento de paz, Kenneth. ¡Puedo decírtelo! Saladino ofrece un tregua…y un médico para mi salud. La guerra ha sido terrible, y ni la cruz ni la media luna quieren ceder. ¡Pero hay que evitar derramamientos inútiles de sangre! Respeto a Saladino. Mi oponente, es un leal enemigo. Ahora dime, ¿tuviste inconvenientes mientras venias?” Kenneth dijo, “No, salvo al final, me guió un sarraceno amistoso, y visité un curioso monasterio secreto. Al principio luche con Sheerkohf, hasta saber que era mi contacto. Luego, al venir unos jinetes, quisieron atacarnos, pero los dejamos atrás. ¡No eran árabes!” Ricardo le dijo, “¿Comprendes?¡Pasan cosas extrañas aquí! Pronto cumplirás una misión peligrosa, ahora retírate y descansa.” Kenneth dijo, “Su majestad…”
     Mientras un guía lo conducía a la tienda dispuesta para él, Kenneth notó la desconfianza general. Y pensó, “¿Qué pensarán? ¡Es posible que yo los disguste! De pronto yo, un recién llegado, recibo del rey la confianza que ellos en años, no han logrado. ¡Bueno, solo debo hacerme digno de ella!” Kenneth notó a un gran perro mastín que descansaba. Se le acercó, y dijo a su guía, “¡Ah, qué lindo animal! Tengo varios en Escocia. ¿De quién es?” El guía dijo, “De un caballero ingles que murió en batalla, sir. Desde entonces el perro, llamado Roswal, vaga por el campamento, comiendo lo que le dan… ” Kenneth dijo, “¡Trae buena carne, guardia, para él y para mí!” Mientras el guardia iba y regresaba, Kenneth le dijo al mastín, “¡Uniremos nuestras soledades!¿Qué dices amigo? ¡Ah, ya veo que coincidimos Roswal!¡Una nueva sociedad!” Distraído, alegre con el animal, Kenneth no advirtió a dos hombres, que lo observaban con odio. Uno de ellos dijo, “Conrado de Montserrat, ahí está ese sujeto. ¡No debería ser así!” Conrado dijo, “Alteza, mis hombres lo siguieron, pero el caballo que montaba parecía volar.” El hombre dijo, “¡Soy el Gran Maestre de la Orden Templaria, y no acépto que se desobedezcan mis órdenes! No sabemos para qué lo convocó Ricardo, ni qué mensaje le traía. ¡Pero sé que el odiado monarca esperaba una tregua con los infieles…tregua que no nos conviene!” Conrado dijo, “Un maldito árabe le dio ese buen caballo al extraño.” El Gran Maestre dijo, “¡No acépto excusas! Tampoco el veneno que le hiciste servir, acabó con Ricardo. ¡Es fuerte como un elefante! ¡Nos conviene la guerra, no la paz! Los templarios sabemos que muchos nobles y príncipes que están en decadencia económica, se enriquecen con la conquista y los botines. ¡No importa la sangre que se derrame! Pero ese perro con corona concierta una paz…negociada con Saladino, el Infiel. ¡Es inaudito!¡Voy a evitar eso como sea! Sé que lo atenderá un médico oriental, no podremos impedirlo. ¡Pero escucha, tengo un nuevo plan, Conrado!” Conrado dijo, “Dígamelo, Gran Maestre. Ansío borrar mi reciente fracaso.” De ese modo, el Marqués de Montserrat, y el temido líder de los templarios, aparentemente fieles a Ricardo, Corazón de León, siguieron conspirando contra el monarca.
     Esa noche, el campamento cristiano se preparaba para descansar en un aparente clima de calma. Sin embargo, el peligro se cernía. Un hombre acechaba con un cuchillo en la obscuridad, pensando, “¡Esa es la tienda de Sir Kenneth! Debo acercarme en silencio y matarlo.” Kenneth, el escocés, estaba con aquel mastín. Kenneth dijo, “Ya te conozco Roswal. Tuviste un dueño inteligente. Te enseñó a cazar y a vigilar y a entender a tu amigo…” El mastín gruñó, “¡GRRRR!” Kenneth dijo, “¿Qué pasa?” Kenneth tomó su espada y se puso de pie, en alerta. Y dijo, “Calla y no hagas nada, por ahora. ¡También he oído algo, afuera!” Tras apagar la vela, y con espada en mano, se deslizó listo para resistir, conteniendo al perro. A continuación, hubo una lucha en la penumbra. Kenneth dijo, “¡Ah, te tengo asesino!” Kenneth lo sometió, y dijo, “¡Escoge, te entregas o hago que mi amigo clave sus colmillos en tu yugular!” El hombre dijo, “¡Oh, no!¡Detén a esa fiera!” Kenneth dijo, “¿Quién eres?¡Tendrás que decírmelo todo!” El hombre dijo, “Lo-lo diré…aunque…me cueste caro…!¡Yo…la orden fue…!¡OOGH!” El desdichado no llegó a contar nada. Un certero flechazo en su cuello acabó con él. Kenneth lo revisó, diciendo, “¡Santo Dios, un tiro de ballesta desde la oscuridad!” Enseguida llegaron soldados. Kenneth siguió revisando y pensó, “No hay nada en sus ropas. ¡Todos en el campamento tienen ballesta, y son seiscientos hombres, será imposible dar con el asesino!” Kenneth dijo a uno de los soldados, “¿Lo conoces?” El soldado dijo, “Es Barrett, un infeliz, desgraciado hace tiempo. ¡Por fin le han dado su merecido!¡No habrá más asaltos y pillajes de robos suyos!” De pronto, la voz de un hombre se oyó, “Inclínate forastero ante el Gran Maestre Templario.” Kenneth dijo, “Mis respetos señor, pero no me inclino ante nadie.” El Gran maestre dijo, “Eres irrespetuoso, ¿Eh?¡Cuídate, tal vez alguien te acuse de haber atacado al pobre Barrett!” Kenneth le dijo, “Él me atacó a mí. ¡Nadie me acusará falsamente, señor!” Gran Maestre le dijo, “Por ahora, dejémoslo. Soy un templario, no lo olvides.” El siniestro personaje se alejó. Kenneth pensó, “¡Un hombre poderoso, como su orden! ¿Es posible que tenga que ver con lo sucedido? Hum…” Preocupado, Kenneth llamó al perro, y se preparó a pasar la noche, custodiado por el fiel animal.
     En la tienda de Conrado de Montserrat, el mismo pensaba, portando una ballesta “¡Maldición, ése infeliz fracasó y tuve que matarlo! Pero su muerte no perjudica nuestra causa. Barret era conocido como ratero. Su final era más que posible. ¡Además, el plan de mi señor no era ése, solo quise anticiparme y dar fin al escocés!” El noble se recostó, y pensando, solo se consoló con una idea fija, “Muy pronto, sustituiré a Ricardo, como líder de la cruz, apoyado por la Órden Templaria! La hora se acerca…” Complacido con aquel deseo, que casi era un delirio, el marqués se durmió sin la mejor idea de culpa por el crimen que acababa de cometer.
     A la mañana siguiente, Kenneth, montado en su caballo, y su mastín, paseaban en campo abierto. Kenneth dijo, “Retocen amigos míos. ¡Ambos han cuidado de mi! Es curioso, solo dos animales merecen toda ésta confianza…” Kenneth bajó de su caballo y pensó, “Siento que Su Majestad soporta demasiadas presiones…¡Un momento! Oigo ruidos de cascos.” De pronto, vio que no eran cascos, sino pesuñas. Un hombre con atuendo de árabe del desierto, se acercaba montado en un camello. Kenneth pensó, “Es un anciano árabe montado en un camello…Debe ser el médico que espera Su Majestad.” El viejo miró largamente a Kenneth, mientras pasaba. Kenneth pensó, “¡Qué raro! Esos ojos…que además parecían decirme algo…¿Porqué se me hacen conocidos?” Luego, Kenneth se desentendió de aquello, y jugó con su caballo y perro, diciendo, “¡Corran amigos!¡Venzamos al viento!¡Jaaaa!” Mientras tanto, el anciano árabe alcanzaba la aldea cristiana. Cuando Conrado de Montserrat vio su llegada, dijo a Gran Maestre, “¡Mire, Alteza, debe ser el médico musulmán!” Gran maestre dijo, “Mala cosa, Conrado, ¡Advertí al rey que un árabe podía matarlo con sus pócimas, pero no me hizo caso!” Conrado dijo, “Todo está listo para hoy mismo, Alteza.” Gran Maestre dijo, “Ricardo muestra con esto, desconfiar de los suyos. ¡Hay que actuar de prisa o nos pondrá en dificultades!”
     En ese momento, en la tienda real, el médico árabe era recibido. Ricardo dijo, “He oído de ti, anciano. ¡Saladino es hombre sincero! No le temo a un médico suyo aunque sea infiel.” El anciano médico dijo, “Majestad, la Luna Llena me ilumina. ¡Curaré su mal!” Ricardo dijo, “Hazlo cuanto antes y te pagaré bien.” El médico dijo, “Con todo respeto, necesito que el caballero se retire.” De Vaux se alteró, y dijo, “¿Crees que lo haré, perro infiel? ¡Vigilaré que atiendas bien a su majestad!¡Si lo dañas de algún modo, cercenaré tu cabeza!” Ricardo dijo, “¡Oh, De Vaux, sé que lo harías!¡Pero déjanos solos!” El buen De Vaux salió a regañadientes, y dijo, “Si pasa algo, grite Majestad. Vendré de inmediato.”  Cuando quedaron solos, Ricardo dijo, “Sé de tu fama, El Akim, y de lo mucho que Saladino te aprecia.” El Akim dijo, “Si no fuera así, no atendería a un monarca como usted. Solo con ver sus ojos, sé lo que ha sufrido. ¡Tiene las entrañas casi destrozadas! Pero sé cómo curarlo.” Ricardo dijo, “Alimentos en mal estado, tal vez. ¡Suele ocurrir!” El Akim dijo, “Es la guerra, majestad. ¡En su confusión, los héroes traicionan, y los mediocres a veces son paladines!” Ricardo dijo, “Sabias palabras, viejo. ¿Cuál es tu medicina?” El Akim dijo, “Ciencia milenaria, alteza. Agua pura santificada en la Kaaba, por oraciones de diez mil años…y esto.” Ricardo dijo, “¿Qué es?” El Akim dijo, “Un objeto mágico, o Talismán, alteza. Varias dinastías de sultanes lo han usado. Su efecto es maravilloso, y ahora Saladino, el piadoso, me autoriza a usarlo en usted.” El Akim hizo una maniobra, y dijo, “¡Listo! Ahora usted beberá el agua sagrada, majestad.” Ricardo dijo, “Trae aquí. Necesito recuperar mis fuerzas.” El árabe esperó, mientras Ricardo bebía aquel liquido. Ricardo dijo, “No estuvo mal, pero siento un sopor…” El Akim dijo, “El efecto debido, majestad. Ahora duerma unas horas y despertará totalmente curado. Yo velaré su sueño. Mi medicina obrará durante él.” Ricardo dijo, “S-sí, El Akim…mi cabeza pesa…yo…”
     Un poco después, De Vaux entró a la tienda real, diciendo, “¿Qué sucede, el rey está mal?” El Akim dijo en voz baja, “Bajemos la voz, caballero. Su reposo es un letargo medicinal.” De Vaux dijo, “Espero que lo sea, árabe. Mientras tanto, te vigilaré.” Así pasaron las horas, mientras el campamento seguía su rutina, y el sol empezaba a ponerse. Y en la tienda mayor, El Akim decía, “¡Ya despierta! Veamos los efectos…” Ricardo dijo, “¡Ah, siento que dormí una eternidad! Me siento bien.” El Akim dijo, “Está usted curado, majestad. Una segunda dosis mañana, hará el resto. ¡Loado sea Alá!” Mientras tanto, afuera de la tienda, un soldado espía pensaba, “¡Santo Dios, debo denunciar lo sucedido!” De Vaux fue puesto en contacto con el guardia. Al saber la noticia que le dio el guardia, De Vaux dijo, “¿Qué es tan importante como para turbar a un monarca que convalece?” El soldado dijo, “Sir, las banderas de la causa cristiana…flamean a la misma altura que la del rey en la Plaza de Armas.” De Vaux dijo, “¿A la misma altura?¡Por Dios, es una afrenta grave! Ante todo, regresa. Junta a varios hombres y reprime cualquier conato de duelo.” El soldado dijo, “¡Esta bien! Déje eso a mi cargo.” Enseguida, en la tienda real, Ricardo dijo, “¡De Vaux, oí la voz de ese guardia!¿Acaso me equivóco?” De Vaux dijo, “E-es cierto, alteza…Banderas a la misma altura…” Ricardo se levantó, y dijo, “¡Ayúdame  vestir, arreglaré esto personalmente!” El Akim dijo, “Cuidado majestad. Recuerde que aún está débil.” Ricardo dijo, “Calla y espera aquí, El Akim. ¡Hare que nadie olvide quien es el paladín de la causa cristiana!” El Akim dijo, “Alá sea con usted…”

     En el centro del campamento había una gran confusión. Un soldado decía, “¡Por Dios, correrá sangre ante ésta ofensa!” Y otro, “¡Caballeros, deténganse!¡Haya paz!” El primero dijo, “¡Solo el estandarte de su alteza ha de imponerse!” Y el segundo, “¡Vuelvan a sus tiendas!¡Mantengamos la disciplina!” En ese instante, llegó Ricardo, diciendo, “¡Yo arreglaré esto!¡No despierten mi ira, paladines!” Enseguida, Ricardo miró hacia las astas, y dijo, “¿Es posible, mis cruzados?¡Por Dios, alguien crea confusión al poner dos banderas tan altas como la mía!” Sir Vallón dijo, “¿Por qué no, alteza? Somos de toda Europa, la causa cristiana tiene muchos líderes.” Ricardo dijo, “¡Silencio, Sir Vallón!¡Oigan mi punto de vista! ¡Ante todo, pongan esos pabellones al nivel adecuado, para que el mío figure en lo más alto!” Uno de los soldados dijo, “Así lo haremos, majestad.” Enseguida, Ricardo dijo, “¡Amigos!¿Acaso presumí nunca de ambición?¡Al contrario, en la batalla lúcho codo a codo con ustedes! Otros monarcas se ponen a cubierto, pero yo me expongo en la vanguardia. ¿Quién lo negaría? Otro soldado dijo, “Es cierto, alteza. Por eso te queremos.” Ricardo dijo, “¡La Liga Cristiana aceptó mi comandancia, por una necesidad de Fe y organización!¡Pero sé que hay quienes tratan de socavar ambas cosas!” Ante aquellas palabras, todos aceptaron conmovidos. Ricardo dijo, “¡Proclamo la causa de Gregorio VIII!¡Dispúto con Saladino el Santo Sepulcro, y moriré por ello!¡El estandarte real será respetado en tal carácter, caballeros!”
     Por otro lado, Gran maestre dijo a Conrado, “El León vuelve a rugir. ¡Maldita sea!” Conrado dijo, “Gran Maestre, tenderos que llevar el plan hasta el fin. Podría fortalecerse como su salud hasta Europa…” Gran Maestre dijo, “¡Solo necesitamos que se resquebraje su mando, Conrado!” El templario acabó dando una orden terminante, “¡Ahora actuarás personalmente…y sin fallas, yo mismo te acusaré de todo: El veneno, la ballesta, y los estandartes!¡No lo olvides duquecito!” Mientras tanto, ignorando lo sucedido, Kenneth el escocés, regresaba en su caballo y con su perro  al campamento. De pronto, una mujer se apareció, diciéndole, “¡Pst!¡Caballero, sígueme, alguien debe verte en secreto!” Kenneth dijo, en voz baja, “¡Una encapuchada, como las de aquel templo,…Roswal, tú y el caballo quedaran aquí. ¡Aquí!¿Me oyes?” Dejando atrás a sus amigos, siguió a la extraña guía, pensando, “Esto me inquieta, pero…no puedo echarme atrás…” Enseguida, la mujer encapuchada volteó, y dijo, “Kenneth, caballero del leopardo yaciente, ¿Sabes quién soy?” Kenneth dijo, “¡Por Dios!¡Salve su majestad!” Era Berengaria, reina y esposa e Ricardo. Kenneth se arrodilló ante la reina, quien dijo, “Hijo, nuestra entrevista será breve. Hay poco tiempo. Tanto yo como mi séquito vinimos por dos razones a éstas tierras: Peregrinar al Templo de Enggadi, donde ya nos viste, y estimular a nuestros hombres. Todo ello es secreto, se nos cree sacerdotisas sin importancia, así corremos menos peligro. ¡Pero Edith viene conmigo Kenneth! Saladino la ha visto, y la pretende como una condición para la paz. ¡Allí la tienes, vuestro amor está bajo amenaza!” La monarca los dejó sólos, y se abrazaron con pasión. Edith dijo, “¡Querido mío, no podía seguir sin verte!” Después de largo tiempo de separación, sus labios volvieron a encontrarse, cálidos y amorosos. Kenneth dijo, “Su majestad, la reina, acaba de contarme todo.” Edith dijo, “¿Qué haremos?¿Acaso huir en la noche?” Kenneth dijo, “No, Edith. Mis servicios son requeridos por el rey. Irnos significaría alta traición.” Edith dijo, “Te conozco. Morirás antes de hacer en ello. ¿Qué haremos?” Kenneth dijo, “Ya sabes la costumbre caballeresca. Convencer a Saladino de que eres mía…y disputarte en un torneo.” Edith dijo, “¡Oh, tengo entendido que él es invencible!¿Será el final para ambos?¡Oh, cuanta angustia!” Kenneth dijo, “Confía en mí, Edith. Ahora debo irme.” Se besaron con ardor, mientras desde cerca, Berengaria los observaba, pensando, “Dios les bendiga a ambos. ¡Yo, Berengaria, reina y esposa de Ricardo, haré cuanto pueda por ustedes!” El joven se alejó de su amada. Berengaria dijo, “Ven, querida. Volvamos a nuestra tienda…y recemos por él…por ellos…”
     Poco después, Kenneth llegaba a su propio habitáculo.  En ese instante, De Vaux le dijo, “¡Kenneth, te esperaba, traigo una misión para ti!” Kenneth dijo, “¡Habla, estoy dispuesto a obedecer.” De Vaux dijo, “Es orden directa de Su Majestad. Hay desconfianza en el campamento. Algunos conspiran… ¿Comprendes? Por eso se te esperaba a ti, leal y no involucrado en intrigas, para encomendarte misiones de riesgo.” Kenneth dijo, “Cuando se me llamó, supe que seria así. ¿Qué sucede?” De Vaux dijo, “El pabellón real flamea en la plaza de armas….y necesita una guardia especial. ¡Tú lo harás esta misma noche!” Kenneth dijo, “Muy bien. Iré con Roswal, el mastín.” De Vaux dijo, “Estarán solos. Si hay peligro, grita y acudiremos.” Kenneth dijo, “No será necesario, De Vaux. Sé defender una plaza fuerte.” Tras armarse convenientemente, el caballero acudió con su perro a su puesto de vigilancia. Pasaron horas, mientras el campamento dormía, y el escocés reflexionaba, pensando, “Edith…solo un favor de Rey podría salvar nuestro amor…” De pronto, Kenneth pensó, “¡Cielos, Roswal se alarma, debo ver de qué se trata!” Algo se hundió en el flanco del mastín, horadando sus carnes. ZUC. Era una flecha. Kenneth se acercó al animal herido y dijo, “¡Te han herido! Debo detener tu hemorragia…y descubrir al culpable!” Pero el peligro estaba más cerca de lo que él suponía. Kenneth era golpeado, estando de espalda, en la cabeza, con el puño de la espada de Conrado, quien decía, “¡Todo sale a pedir de boca!” Pero el mastín, aún lastimado, reparó en su atacante. Confiado en sí mismo, Conrado se retiró yendo hacia el asta, y mientras movía las cuerdas de la bandera, pensó, “Ahora, a mancillar éste pabellón. ¡Pronto el rey sabrá que su mando se acaba!” Enseguida, la enseña fue despedazada. Conrado pensó, “¿Quién es capaz den hacer esto?¡Cualquiera, eso pensarían! Ricardo pierde su reino, que será mío.” El conspirador huyó en silencio, pensando, “Gobernaré yo, solo a las órdenes de los Templarios…y toda Europa sabrá que la guerra continúa.”
     Más tarde, mientras amanecía, De Vaux y unos soldados llegaron a asistir a Kenneth y Roswel. De Vaux dijo, “¡Llévenlos con su majestad, el hombre fue golpeado y el perro está herido!” Fueron recibidos enseguida. De Vaux dijo, “Kenneth dice haber sido golpeado.” Ricardo, el monarca, dijo, “Hijo, has de saber que fallaste en tu vigilancia y lo que esto significa.” Kenneth dijo, “¿El descrédito? ¡Prefiero morir, majestad!” El viejo árabe, El Akim, interrumpió aquel dialogo, “Con el permiso de su alteza, quisiera curar a este animal, su herida no es profunda. Y le recuerdo que acábo de restablecer su salud.” Ricardo dijo, “Si, te debo mucho, El Akim, haz lo que quieras con ese perro. ¿Pides algo más?” El Akim dijo, “A éste hombre, que ahora desacreditas, en Bagdad, tal vez merezca una nueva vida! Será tu única paga…” Ricardo dijo, “Llévalo contigo, aquí queda degradado.” El Akim dijo, “Está sano, me iré con él…pero quiero decirte algo a solas.” Ricardo dijo a Kenneth, “¿No oíste, escocés?¡Espera afuera y agradece que no te haya colgado de un poste!” Afuera, Kenneth cedió a un llanto amargo, sufriendo su derrota, pensando, “¡Vencido y repudiado!¡Edith, ya no te merezco!”
     Mientras tanto, adentro, el rey y el médico conversaban largamente, en voz muy queda. Más tarde, el hombre tragó lagrimas amargas, al ser visto con burla por aquellos hombres rudos, a quienes pudo haber vencido en torneos y justas anteriores.  De tantos rostros, uno le llamó la atención. Kenneth pensó, “¡Por Dios!” Era un rostro burlón, severo, y cruel que no olvidaría. Kenneth, montando en su caballo, pensó, “¿Quién es ese hombre?¡Me gustaría saberlo!” Despacio, el médico oriental y el caballero medieval se alejaron del campamento. Luego de horas de camino, se detuvieron a descansar. El Akim dijo, “El perro está bien. La herida es leve, no hay peligro de infección.” De pronto, el joven Kenneth, necesitó contar toda su aventura del campamento cristiano: “…y la vi. ¡Allí estaba mi amada, que puede llegar a ser de Saladino. Pensé disputársela al líder sarraceno, pero ahora ni eso merezco. ¡Cuidé mal la ciudadela encomendada!” El Akim dijo, “Bien, joven amigo, sé tu historia. ¿Estás listo para una revelación que no esperabas?” Kenneth dijo, “¿Una revelación? No entiendo señor.” Una metamorfosis sucedió ante el asombro del escocés. El Akim se quitó su barba y se descubrió la cabeza, diciendo, “Mira, yo no soy El Akim, ¿O ya has olvidado que yo, Sheerkohf fui tu guía?” Kenneth dijo, “¡Pe-pero amigo…tú…!¿Eres médico…?” Sheerkohf dijo, “¿Y por qué no? En mi país, los secretos curativos son avanzados, he salvado muchas vidas. Tú monarca sanó gracias a lo que sé, y a éste talismán bendecido de la Kaaba. ¡Pero sigamos el viaje amigo!” Kenneth dijo, “Estoy asombrado. ¿Aún habrá más sorpresas como ésta?” Sheerkohf dijo, “Las habrá, ahora avancemos, estamos cerca.”
     Cuando alcanzaron la cima de la meseta… Sheerkohf dijo, “Mira Kenneth. ¡Esa es Kaf, la ciudad en la que en estos días reside Saladino! Vamos a mi hogar.” El oriental dio a Kenneth un atuendo árabe y adecuado, para no despertar sospechas y recelos en aquel medio. Llegaron a un edificio y Sheerkohf dijo, “Es el palacio el sultán. Él te recibirá pues daré instrucciones a sus consejeros. ¡Debes entrar solo!” Kenneth dijo, “¿No es mejor que me acompañes, si le conoces?” Por toda respuesta, el sarraceno se volvió y se alejo. Poco después, vinieron por el escocés, y en perfecto inglés se le dieron instrucciones. “Sígueme, europeo, nuestro magnánimo conductor te espera.” Al recorrer el exquisito palacio, admiró sus riquezas y vio a su muchas mujeres. Kenneth pensó, “¡He oído sobre esto, pero verlo es como soñarlo!” Entró por una puerta lateral, a espaldas del trono. En el trono había un hombre sentado, a quien Kenneth vio de espaldas, y entonces, un mensajero dijo, “¡Oh, predilecto Alá, el visitante ha llegado!” El hombre dijo, “Me honraré en recibirlo.” Cuando Kenneth se aproximó a ponerse de frente y verlo, dijo, “Su alteza…¡Oh, no, no, debo estar enfermo!” Kenneth dijo, “¡Ja! No, Kenneth, te dije que habría más sorpresas. ¡Soy yo, el mismísimo Saladino!” Kenneth dijo, “Pero entonces, todo lo que conté, las conversaciones con Ricardo…” Saladino dijo, “…es un plan que le propuse, y él aceptó. Yo lo ayúdo contra sus rivales internos, y tú harás lo mismo.” Kenneth dijo, “¿Pero cómo…?”  Saladino dijo, “Lo visitaré oficialmente y tú irás conmigo. ¡Toma el Talismán, es tuyo, con su ayuda podrás triunfar!” El monarca árabe dijo unas palabras sentenciosas: “En cuanto a Edith…será tuya, si vences, de lo contrario la haré mi esposa. ¡Un trato justo, hermano!”
     Dos días más tarde, Ricardo Corazón de León recibió en su campamento, con honores, al célebre caudillo. Al verlo llegar en su caballo y con su  comitiva, Ricardo dijo, “¡Salve sultán de la media luna!” Saladino descendió de su caballo y dijo, “Para una larga paz, alteza, le traigo un obsequio.” Ricardo dijo, “¿Acaso esa litera, con lo que pueda traer adentro?” En eso, la litera mostró parte de lo que contenía. Roswal, el animal enfurecido, se abalanzó sobre Sir Conrado. Saladino, quien se hacía pasar por El Akim, dijo, “¡He ahí el traidor que buscas, alteza, un perro no se olvida de su atacante!” Ricardo dijo, “¡Matare a quien mancillara nuestro estandarte!” Saladino, haciéndose pasar por El Akim, dijo, señalando hacia Kenneth, “Alguien debe lavar tu culpa, alteza. ¡Ahí lo tiene!” Ricardo dijo, “¡Me parece justo!¡Son dos caballeros!¡Se enfrentaran al amanecer!” Kenneth dijo, “¡Gracias majestad, defenderé con arrojo vuestra causa!”
     Al día siguiente, la trompeta vibró, anunciando el comienzo de la justa, en el campo de honor. Sir Kenneth, caballero del Leopardo Yaciente, y Sir Conrado, Duque de Montserrat, se aprestaron a matar o morir. Ricardo, Corazón de León, sentado desde el trono, dio su anuencia oficial, y dijo, “¡Caballeros, luchen, y que triunfe el mejor!” En medio del silencio resonaron los cascos de las cabalgaduras, al lanzarse unos sobre otros. En el primer choque, las lanzas golpearon los escudos. ¡CLANGGG! Girando sus cabalgaduras, prepararon el segundo embate. Las lanzas apuntaron al centro del blanco, que los escudos trataban de convertir en zonas blindadas. Fue un choque violento, y Sir Conrado, perdió el equilibrio. Tras caer en el suelo, Conrado se incorporó, y dijo, “¡Eres noble Kenneth, esperas que me ponga de pie!” Kenneth dijo, “¡Defiendo la causa de lo justo, duque!¡En guardia!” Por un momento, con sus espadas, intercambiaron golpes sin sacarse ventajas. En eso, el escocés pareció caer vencido. Conrado levantó su espada y dijo, “¡Debo aprovechar ahora!” Pero Conrado cayó en la trampa que su diestro rival le tendiera, y lo traspasó con su espada, diciendo, “¡No, Conrado, es tu fin!” Conrado exclamó, “¡A-A-AARGH!” Conrado cayó desfalleciente, y dijo, “¡Antes de morir…confesaré mis culpas!” 
     Kenneth dijo, “¡Hazlo, duque, debes purificar tu alma enseguida!” Un soldado se acercó y dijo, “¡Restañemos su herida, quizás aún se salve…” Gran Maestre se acercó y pensó, “¡No, nada debe decir, o estaré perdido! Mi puñal lo acallará para siempre.” Pero el malvado no vio al propio Saladino quien estaba listo para actuar, y levantando su espada dijo, “¡Templario, noté tu maniobra, el traidor eres tú!” Saladino clavó su espada en la espalda del Gran Maestre. Ricardo se acercó, y dijo, “Hermano oriental. Yo hubiera hecho lo mismo con el conspirador Templario.” Saladino dijo, “Kenneth es tu héroe, Ricardo, Lady Edith ya no me pertenece.”
     Días después, la paz fue concertada, y el mismo Gregorio VIII casó a la pareja, mientras colgaba del cuello del escocés el talismán árabe. Felipe Augusto, de Francia, y Ricardo Corazón de León, de Inglaterra, firmaron con Saladino una paz que duraría diez años, hasta 1202, año en que el papa Inocencio III, proclamaría una nueva cruzada, y recomendaría la disputa de la Tierra Santa de Jerusalén…
      Tomado de Novelas Inmortales, Año XII, no. 615, agosto 30 de 1989. Guión: Raúl Prieto Cab. Adaptación: R. Bastien. Segunda Adaptación: José Escobar.